Escupiendo la sopa

Saturday, August 19, 2006


Beso final


Las campanas de la iglesia llegaban acompasadas con el viento desde la avenida. Era un domingo calmo, silencioso; anochecía, las nubes se iban oscureciendo, las luces ganaban lugar, y los árboles raquíticos agonizaban inmóviles.
Un avión cruzó el cielo y lo distrajo, le hizo evocar algún viaje. Desde la terraza podía observar pasar a la gente por la vereda sin que ellos lo vieran.
Como si se tratase de fuego, el farol de enfrente lo hipnotizaba, lo retraía. El frío ya lo hacía temblar, estaba desnudo, con el brazo tajeado y con dibujos de sangre seca. Las lágrimas se le caían como objetos de las manos, no podía controlarlas, eran convulsiones, ataques repentinos.
Saltó la medianera y se quedó en cuclillas sobre el tejado, siempre mirando hacia abajo. Temblaba, pero ese frío le daba un oscuro placer, era una urgencia más a resolver. Podía escuchar la televisión encendida, y ver los fogonazos de luz que disparaba contra la pared de su habitación.
Miró el cielo nuevamente pero ya no había ningún avión. Las campanas comenzaban a sonar otra vez y eso le dio más fuerza, fue la señal de largada, fue cuando se dejó llevar y besó las baldosas.






Friday, August 18, 2006

Feliz cumpleaños OKTUBRE!

Me sumo, muy contento, al festejo de sus 20 años,
y no me olvido de "nosotros".

Monday, August 14, 2006

Saber ser artista


Leyendo la conferencia del 14 de diciembre de 1957 de Albert Camus, confirmé algunas cuestiones en materia de concepción artística.
Él habla allí del artista irresponsable del siglo XIX, el artista mercantilista, el heraldo del llamado “arte por el arte”, y lo contrapone con la transformación que devino de ese artista: el que deja el realismo de lado, pero que sin embargo suscita su obra desde la realidad; el que no se pierde en fantasías ni en promesas futuristas, sino que presta atención a lo cotidiano, a la dirección que ha tomado el mundo. Y en esa dicotomía, entre la opresión constante que sufre la humanidad y la belleza (satisfacciones y goces eternos), crea su obra.
Quiero dejar claro con esto, que el artista tiene una labor ineludible e inevitable, que es intentar ensalzar la verdad, su verdad, que gracias a la naturaleza del hombre se convierte en infinita. No, hacer de esa tarea, ardua por cierto, pero la más libre de todas, un barroquismo, una caricatura.
Lo que también distingue en su relato Camus, es que al vivir en una organización que ya no entrona el dinero en sí, sino sus signos y códigos, y siendo el dinero lo que mueve el mundo, no es inentendible que el arte se haya sustraído, en la mayoría de los casos, a meros signos, y que al socavar en ellos no haya más que papeles y envoltorios interminables de la nada.
Es curioso como a principios del siglo XXI, la condición del arte por el arte parece estar tan viva y divinizada como en el siglo XIX. Al artista no se le debe reprochar nada, porque ante todo está su arte, y con eso basta. No interesa que lo que diga sean perogrulladas, o implícita propaganda publicitaria, o se limite a aportar su granito de arena al mecanicismo que hoy opera en todos los rangos. Tampoco interesa su silencio (su colaboración con lo que hay), ni sus vulgares gimoteos actorales. Lo que importa es que la canción sea linda, que el libro sea un top séller, que la pintura posea un actitud vanguardista, -no interesa vanguardista con respecto a qué, porque tal vez sea innovadora siguiendo el correlato del arte comercial-.
Éste es el mensaje generalizado, y yo no soy el único que lo rechaza.
A partir del romanticismo, el artista decide formarse un postura respecto al mundo, y todavía hoy hay quienes juzgan intolerante, extremista o idealista a quien reclama al artista contemporáneo que no eluda su condición de tomar una postura en tanto que artista.
Mientras en la esquina de cualquier barrio acontece una realidad exasperante para los espíritus más tranquilos, mientras la materia prima abunda para ser trabajada, procesada, mientras hay arcilla suficiente para las manos de todos los interesados: ¿Preferimos viajar distraídos con canciones simpáticas y pegadizas?
Al mismo tiempo que multitudes se olvidan de su vida, y se pierden con marquesinas de brillantina, hay algunos grupos, algunos artistas que no esquivan el único timón que tienen al alcance, el suyo, y deciden dar pelea. No guerra, no armas, que no se mal interprete. Tampoco me refiero a bajar línea, para eso ya abundan los medios de comunicación. Sino dar un testimonio todo lo honesto y natural posible. Dejar detalladamente una radiografía del momento histórico, social, y artístico que transcurre en su propio ser.
El artista es aquél que vive lo mismo que todos, pero que lo retrata como ningún otro.
Como afirmó elocuentemente Nietzsche, “no podemos ver la vida, ya que nos encontramos dentro de ella”. Esta es la frase que debe elogiar el artista, por la cual debe conducirse, con su propia moral, advirtiendo sus limitaciones y prejuicios, sus habilidades y desmesuras.
Que cada arte está íntimamente relacionado con su época es sabido ya, y uno sigue comprobándolo constantemente contrastando obras con biografías. El artista ha sido el hombre que sobrepasó los momentos más duros, sobrevivió a todo con su arte como espada e insignia. Y cualquier espíritu sensible se entristece al ver la mediocridad y la impostura que los grupos poderosos elogian y llaman arte, con el hecho de facturar.
Si uno transcribiera la creación falseada que bombardea cada espacio, a una pintura que tuviese como objeto mostrar la realidad, no encontraría un solo color coincidente.
Por eso, es hora de dejar de proteger falsos artistas, dejar de brindarle a los payasos la tranquilidad que el artista real tiene tan lejana hoy, dejar de sacralizar y legitimar un discurso berreta y venido a menos. Ser un poco más exigentes en la medida que responsables, para ahorrarle a la generación venidera el perderse por autopistas circulares.
Y lo más reconfortante es saber que no hace falta hacer lo que llaman borrón y cuenta nueva, sino optar por otro camino. La realidad está ahí, es imposible esquivarle, hay que enfrentarse a ella, “buscar la puerta en el muro”, no resignarse a sucumbir bajo su sombra.
Como dije anteriormente, el artista es el mejor camaleón, sabe cómo sobrevivir y cuando quiere no hacerse ver, sabe cómo callar para no ser interpretado con la vulgaridad de las revistas, sabe como salvaguardarse entre los cálidos edredones de su obra, y no cabe duda que habrá en esta generación almas que también sepan diferenciarse, sepan conocerse, regalar su más preciada ofrenda, su cosmovisión del mundo. Sepan ser artistas.


Patricio D. Suárez
14/08/06

La guerra diabolizada por el hombre moderno



En la antigüedad los pueblos se enfrentaban en batallas o guerras, que eran producidas por graves diferencias, simple voluntad de poder o necesidad de conquistar más territorio para expandirse.
Como explica Nietzsche en su Genealogía de la moral, al ser suprimida toda esa violencia cotidiana, comienza a crecer el engendro de la llamada “mala conciencia”. Toda esa necesidad de crueldad y de liberar las pulsiones de poder contra el enemigo, se introduce dentro de la conciencia y así es como deviene la renga “paz social”, la misma que soportamos hoy, y que oprime constantemente la tranquilidad psíquica del hombre.
Es innegable que al ser humano le falta algo, y tal vez uno de los tópicos de ese algo sea el enfrentamiento, esa fricción natural para crecer y crear que los antiguos sí tenían.
Hoy ante avances ya hasta desconocidos en la tecnología, la necesidad de guerra, de lucha, se ve tamizada por el temor del tamaño de un dios. Ya no hay flechas, hay misiles. No hay cañones de pólvora, hay bombas atómicas y biológicas. De la mano de la revolución industrial, esa necesidad natural del humano se convirtió en lo más atroz que pueda existir.
La crueldad ha sido llevada al límite, tanto que la destrucción que pude ser causada está más allá de la imaginación humana, y puede ser ejecutada a distancia, sin necesiad de embarrarse las botas. ¿Para qué quemar vivo a alguien y verlo morir, si puedo volar un pueblo entero apretando este botoncito?
No creo que la guerra sea una experiencia amena, pero según la historia, todo cambio profundo, toda revolución, necesitó de las armas, y el sacrificio de vidas humanas. Lo que sucede es que desde la primera guerra mundial hasta hoy, se ha elevado la guerra hasta los confines de la monstruosidad, al compás de los descubrimientos cientificos y el progreso tecnológico.
A la vez que el hombre invierte cada vez más en armamento, le teme cada vez más a la guerra, ya que no sabe hasta donde puede llegar.
Esto ocurrió en la guerra fría, una loca carrera armamentista que nadie sabía dónde terminaría, y en la que los mismos compradores de bombas, rezaban no tener que prenderlas, porque probablemente ellos mismos volarían en pedazos.
Cualquier persona algo inteligente percibe que un armamento como el de EEUU podría eliminar al planeta entero si lo desearan, y creo que ellos mismos le tienen temor a sus manos. Pero hoy las manos no son las que luchan cuerpo a cuerpo, sino las que furtivamente aprietan el detonador.
El hombre se encargó de deshumanizar la guerra, cuando no hay nada más natural que el enfrentamiento entre dos seres de la misma especie
.
Patricio D. Suárez

Epicuro sigue vivo
(una perogrullada)



Yo no creo en la inmortalidad del alma, es más, dudo de la existencia de un alma, ya que lamentablemente antes que alma es pensamiento. Pero volviendo a su supuesta inmortalidad conjeturo que no es un tema que nos tendría que importar demasiado. ¿Por qué? Porque por más que el alma sea inmortal, y que cuando nuestro cuerpo diga basta se nos escape por la sesera o el culo, no es más que materia invisible. A ver, lo que pretendo explicar es que por más que el alma sea inmortal, ese alma no tiene sentidos, es solo vaga material volátil, lo que quiere significar que por más que sea impérenme nosotros no nos podremos enterar qué es lo que sucede. Un alma sin mente, no siente. Un alma sin tacto, sin olfato, sin visión, no percibe. Un alma sin los atributos del cuerpo no es más que un pedo en el aire, ya lo dije alguna vez.
O sea que, sea inmortal o no, nos debe tener sin cuidado. Deberíamos prestarle más atención a nuestro cuerpo, que es el que se pone el alma al hombro y el que guerrea por ella.
Tendríamos que cuidarlo más, protegerlo, para permitirle disfrutar de su “alma” en las mejores condiciones posibles. Después, por más que queramos, nunca sabremos qué es lo que sucede, si es que sucede algo.
Patricio D. Suárez

Tres párrafos sobre el azar


El que niega el azar es un necio. El azar es el dios más grande que existe, ya que es el que ocupa todo el espacio que queda libre entre tu voluntad, la mía, y hasta la de Mondrain, Borges y Lennon.
El juego del azar es hacerse invisible inventando coincidencias, y el hombre en su ingenuidad, interpreta de este juego que las coincidencias no existen.
Así niega al azar, y entroniza el destino. Hace de un juego, una certeza, de algunos vestigios, la religión de la predestinación. Así anda con menos miedo, creyendo que todo lo que le sucede está escrito.
Tal vez sea la manera más vistosa que haya encontrado para desligarse de la responsabilidad de cargar con su vida.
Podría decirse que el carácter del azar es similar al del viento.
Hoy me di cuenta de que me había estado engañando toda mi vida, era tan ingenuo que creía haber visto al viento. Una estupidez, el viento es invisible.
Necesita la hoja de un árbol, o despeinar alguna cabellera para decir presente; para hacerse ver le es elemental enfrentarse a algo, modificar.
Las hojas del azar vendrían a ser los acontecimientos impensados, y también, por qué no, la conclusión de muchos sucesos deseados. Ahí se hace ver, allí opera, allí es donde modifica, como el viento moldea el dibujo de las hojas secas sobre la vereda.


Patricio D. Suárez

Sunday, August 13, 2006

Dóciles plegarias
Vivimos rodeados de opciones fútiles y dóciles plegarias. El enrejado es impecable, es casi invisible, no lo podemos tocar ni ver, no sabemos bien donde empieza ni donde termina, tampoco se nos da en gracia vislumbrar su altura, el ancho entre barrote y barrote, pero sabemos que está allí. Ni siquiera, como si acaso fuera impensable, intentamos acercarnos, ni se nos ocurre.
Los primeros síntomas son mareos confusos y palabrerío constante detrás de cada oreja, soliloquios retumbantes que laceran los oídos como acoples agudos, pero así y todo, la costumbre parece ganar al principio, el cuerpo queda inmóvil, las piernas no responden, la conciencia tira para lo conocido.
Como nudo de la larga excavación, bien en el centro de nuestro tejido perceptivo y emocional, tenemos una enorme certeza, pero inenarrable. Cada fisura la sentimos como goteras en el techo del alma, y aunque cada vez el rincón es más cálido y ameno, las gotas se hacen escuchar más fuertes y frías.
La transición es lenta, y nos inquieta, queremos adquirir condiciones a través de píldoras mágicas que desearíamos construir, pero que no son más que la desesperación de nuestra imaginación, el hambre de elementos que suplica.
Cada espasmo es una lágrima dulce, y al fondo del pasillo, no hay ninguna puerta, y mucho menos rasguños de luz. Pero hay un aroma que nos es familiar, que parece sincero; se oyen muy a lo lejos adornos musicales, chistidos de violines, golpes acompasados que cristalizan las ráfagas furtivas, esas que nos esterilizan la vista y la sensibilidad.