Escupiendo la sopa

Thursday, December 13, 2007

Una cena
(fragmento)

Pablo sonreía sinceramente, empezaba a caerle bien Hugo, después de todo no era tan burdo como había creído; la grosería del gordo había ido adquiriendo cierto vuelo.
-Vos así como me ves, que me hago el bruto y la mar en coche…pero cuando tenía tu edad y me rascaba la figaza todo el día, yo también quería ser escritor. Yo leí mucho aunque no parezca. No te asombres. Después conocés a la bruja que parece ser la mina de tu vida y cagaste. El día que da a luz…es como si el pibe te chupara toda la imaginación. Nunca más pude escribir una línea. Yo escribía poesía, y aunque todo el mundo me decía que era como Vallejo con síndrome de down, a mi no me importaba, yo era feliz con mis versos. Después tuve que sacrificar el alma a un laburo contable, por mil quinientos pesos mugrosos, y se acabó la magia nene. Sabés lo que sale mantener un bepi, mucho más que mantener un coche.
Pablo no había podido seguir la perorata, porque ahora Rosario (la cuñadita) había apoyado los codos sobre la mesa, y al arrinconar sus dos agraciadas tetas con el interior de sus bíceps, uno de los pezones estaba casi en absoluta libertad. Allí afuera su presencia era como la de un comensal más. Rosado, puntiagudo, erizado, lampiño, qué cosa más rica pensaba Pablo, cuando notó un leve corrimiento, un movimiento lánguido y espiralado, que iba acrecentando su velocidad. Y el pezón comenzó sus latidos: tucu, tucu. La teta estaba inmóvil, pero el pezón ya giraba a toda velocidad, tan rápido que Pablo no podía discernir en qué dirección rodaba.
Los ojos de Pablo se pusieron blancos, los párpados le temblaron. Las pestañas se le trenzaban, los lóbulos de las orejas le aletearon; se le inflamó colorada la nariz, y empezó a caerle moco amarillento, que resbaló hasta la pera y luego derramó de a gotitas sobre el mantel.
Las convulsiones se acompañaron de alaridos. Todos los integrantes de la mesa se alejaron horrorizados, salvo Inés (la noviecita), que lo miraba y se tapaba la cara. Pablo pegó un salto y quedó de pié sobre la mesa. Metió sus garras en la ensalada rusa, se levantó la remera y su torso quedó embadurnado de trozos de papa, y alguna que otra arveja. Hudió la cara después en la ensalada mixta, y tragaba como una vaca al pastar.
Susana (la suegrita) ya estaba en el teléfono, llamando a la policía. El tío Hugo no podía dejar de reír, mientras le metía un trago tras otro a la botella de Malbec, lo primero que salvó de la mesa apenas empezado el desagradable espectáculo.
Pablo seguía en viaje, ahora se había sacado las zapatillas y saltaba y pisoteaba el enorme trozo de carne que yacía en la bandeja. Inés lloraba, se tiró en el suelo y pataleaba como una nena. Rosario, se descubrió el pezón al aire y prontamente lo guardó con una caricia. Apenas la tetilla estuvo oculta, Pablo cayó desplomado. El tío Hugo se acercó precavido y lo zarandeó un poco sin encontrar signos vitales. Le tomó el pulso, y luego miró a Inés con rostro médico. Inés se arrojó al piso nuevamente y pataleó, hasta que los de guardapolvo blanco sacaron el cuerpo de arriba de la mesa.

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"Parecés un robotito, amigo".
Bergson dixit.
La vida se nos presenta como una evolución en el tiempo y como una combinación en el espacio. Considerada en el tiempo, es el progreso contínuo de un ser que está envejeciendo sin cesar, es decir, que nunca vuelve atrás ni se repite. Considerada en el espacio, presenta elementos tan íntimamente solidarios, tan exclusivamente hechos los unos para los otros, que ninguno de ellos podría pertenecer al mismo tiempo a dos organismos diferentes: cada ser es un sistema cerrado de fenómenos incapaz de interferencias con otros sistemas.
Cambio contínuo de aspecto, irreversibilidad de fenómenos, individualidad perfecta de una serie encerrada en sí misma: he ahí los caracteres exteriores (reales o aparentes, poco importa) que distinguen lo vivo de lo puramente mecánico.

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