Escupiendo la sopa

Sunday, July 22, 2007

Levantarse

Levantarse, no despertarse, levantarse. La misma distacia que separa el decir del hacer. Doce del mediodía, sol colándose por la ventana. Tiras de luz y polvo, aquí y allá, entre las imágenes de la noche anterior. Imágenes felices, por suerte, muy alegres, con música, y las sin música, con una melodía subyacente, con un eco lejano de la música de las imágenes precedentes. Mirarse la mano, cerrar el puño, queriendo encerrar todo, la luz el polvo la música las imágenes. Imposible. Levantarse así no es tan malo, y esto es la realidad, la vuelta a la realidad más abrupta, despertar. No sólo del sueño, despertar de cualquier proceso que nos implique orbitar en otro tiempo, esto puede ser: escribir, tocar, coger, pensar, y la lista sigue según quien anote. Una colocación adecuada, barrenar la ola, no dejar que la rompiente nos rompa a nosotros. Pararse de una vez, luego de experimentar todo lo anterior en dos segundos, sin acomodarlo del todo, y con la fatiga que impide acomodarnos debajo de todo lo que cuelga del borde. Tal vez acomodándonos nosotros, todo se acomode. Dudoso, pero posible. Más imágenes, luego líneas, sin cuñas, sólo líneas, horizontales y verticales, que al tocarse se doblan, como si de repente encontraran su cintura. Se apaga todo en pos de la vista. Esquivar zapatillas, pantalones, el puf desinflado, una pandereta, por el suelo, interponiéndose en el paso. La puerta, otra puerta, la luz definitiva que nos atravesará, cada vez en menor medida hasta que se extinga llevándose consigo nuestro día, que en este caso será bastante corto. Escaleras, puerta, más escaleras, otra puerta, el súper agente 86, la cocina y el silencio frío.

Lo loco es que luego se piensa que no pasa nada. La fatalidad de la costumbre. Levantarse bien destapa cosas e inventa otras, hoy podría levantar todos los papeles del piso y hacer avioncitos con ellos. Casi como tener ganas de enamorarse.

Desayunar apenas. Almorzar al rato. Salir a las veredas. Subir al colectivo, amucharse entre almas que manchan lo que tocan, que se decoloran y desvanecen. Con ojos que rompen vidrios, voces que repiten dolores que sienten escuchar como susurros en los oídos. La desolación de cada uno es invisible para todos los demás, no tiene nada que ver con ellos, eso es la desolación: "no poder decirla". Sentarse, tratar de leer, la resaca sin dolor de cabeza, pero con cabeza desordenada. Cada palabra leída vuela del papel y se va por el chiflete de la ventana, y así una a una, sin hilar oraciones, sin rebotar en la conciencia, pasando de largo, pero en nada se parece esto a una meditación, no hay paz en el centro, hay algo que burbujea gorjeando, que se da asco a sí mismo. Tal vez las palabras no quieran ser el arroz de un guiso quemado.

Bajar sin saber, buscando calles, segundo contacto con el cuerpo, desorientación, estar perdido, miedo de no llegar, problemas momentáneos que colman un espacio que se llena y vacía, y cubre por un rato lo que no se llena nunca. Buscar una casa entre las casas, una fachada que nunca vi, pero rastreándola perseverante, unos obreros en una puerta a los cuales es inútil preguntar, una cara conocida por enfrente, instante de serenidad que cae como gotas tibias en la nuca, un saludo cordial, una pregunta y el tesoro en nuestras manos. La casa gris, segundo piso. Trote y felicidad con gusto a viento en la cara. Entrar a un lugar nuevo, hoy todo parece nuevo, pero este lugar es nuevo de verdad. Una sobria pero tibia bienvenida. La consigna interior: cuidar las palabras, lo demás ocurre.

Dos horas y media que transcurren en un pack: no ocupan lo mismo seis latas de birra desparramadas por la mesa, que las mismas latas empaquetadas. Uno no ocupa sólo el espacio que ocupa, nuestra ocupación se extiende a los espacios vacíos que no pueden utilizarse por cómo nos disponemos. El aire es libre, mentira, aunque no me toques, me estás tocando. Dos horas y media en quince minutos, Cortázar: otro desafío al tiempo, otro galardón que el tiempo nos entrega indolente. ¿O será como dijo un genio detestable?, pero genio al fin: “el tiempo somos nosotros”.

De vuelta a la calle, saludarse, hermoso ritual, momento ascendente, verlos irse en sus bicicletas. Pensar que el viento que les da en la cara es el mismo que me dio a mí hace un rato, ese viento que seguramente se llevó algo mío y algo que no supe apropiarme.

Caminar despacio, llegando tarde, pero despacio. Ahí reside la diferencia, en cómo uno se relaciona con las cosas (eso es el destino según Drito). O cómo uno trata de anticiparse a la fuerza que nos está por atravesar, o de qué manera filtramos lo que nos está descuartizando. Aunque miremos para otro lado, cuando nos sacan sangre, sentimos la aguja en la vena.

Otra vez el colectivo, las caras que parecen ser siempre las mismas habitando todos los colectivos. Por eso tal vez en lugar de decir me tomo un colectivo, digamos, me tomo el colectivo, parece siempre el mismo sea cual sea. Se oscurece lo que pienso, de repente no quiero vivir más en la ciudad, no soporto esta síntesis que me deja hecho animal de nuevo. El hombre-oveja, y la imaginación traviesa que le hace crecer pelos blancos y enrulados a la gente, se vuelven lanudos, me arremango el buzo y yo también tengo lana para abrigar. Pero hasta ahora, la experiencia nos dice que la imaginación está perdiendo por goleada, y si no pierde, se deja ganar. No es lo mismo, lo segundo es más triste.

Otra pista, pugilística. Cuando caemos al piso, no siempre es bueno levantarse rápido, es preferible a veces acariciar la lona, mirar cómo se ve desde ahí abajo, atrapar la fe que dé sustancia a nuestro levantarnos, y recién ahí volver a ponerse en guardia. Tomarnos nuestro tiempo, tratar de entender por qué caímos, por qué nos tiraron, en qué momento dejamos que nos embocaran así de fácil, para poder pensar en la posibilidad de que no vuelva a ocurrir. Quizás sentado en la lona, todo este bullicio que soy de repente regrese, por un segundo, a mí. Tal vez me conmueva al reencontrarle un sentido a la pelea.

¡Qué desorden!

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Friday, July 13, 2007

El calor del otoño

Primero la idea, claro. Como salimos antes, la posibilidad de invitarla a tomar un café. Después, el momento justo para el ofrecimiento. Apenas saliendo de la facultad, o mientras bajamos las escaleras. Fue bajando las escaleras, pongamos. Y aceptó, como dijo ella porque “es re temprano y no tengo nada para hacer”. Y la iridiscente sonrisa de nuevo, casi encantada, y aunque ya no es ninguna nínfula, es una pendeja divina. Porque con tantas revistas circulando, con tantos cuerpos imposibles en las tapas, con tanto fotoshop y plásticos varios, nuestro gusto con respecto a la belleza femenina está salido de escala. Pero existe la voz, en este caso, esa voz que tiene, que derrama las palabras como si su labio inferior fuese una cascada en sequía, y el hilito de agua se hiciera escuchar a penas contra mis orejas. Y no sólo cómo lo dice, sino lo que dice. Porque tiene 18, pero no parece. Y uno que como un estúpido se imagina toda la escena un día antes. La invitación, el momento en que uno invita, el café de enfrente de la facultad y una mesa cobijándonos. Pero no, cuando estamos por entrar dice que prefiere el de la esquina porque tiene mesas afuera. Qué otra cosa puedo decir más que “vamos a donde quieras”. Si el sol está caliente, como si la mañana de repente evocara el verano ya lejano, el cielo despejado...encima un gato blanco, totalmente blanco, durmiendo de costado en la vereda, con el lomo a baño maría. Cómo no vamos a ir a donde ella quiera. Y es divina, no sólo porque busca, ella también busca que pase algo y lo hace notar con una sutileza perlada (¿o serán ideas mías?), sino porque rellena los silencios, siempre tiene en la punta de la lengua, roja y fina (se la observé mientras hablaba) algo para decir, algo que no queda en eso, sino que me regala un rincón inhabitado del coloquio para que conteste, y cuando contesto, pareciera que se hubiese imaginado de antemano lo que le iba a decir, o quizás todos los embrujados contestemos lo mismo.

Es casi casi una divinidad. Los ojos que buscan en los objetos las letras que le faltan a las palabras que va diciendo, o la seca de cigarrillo como un punto y aparte al cerrar la oración. O las manos como diminutas palomitas revoloteando en el aire, dibujando una partitura en el reflejo de la mesa. Todas esas cosas a uno le hacen pensar esas cosas desde otro punto. Uno decía, basta de pendejas, o, todas las pendejas tienen la cabeza en una pelotudez más grande que otra. Y resulta que una pendeja que acaba de terminar el secundario, que recién en diciembre guardó en el fondo del placard el buzo de egresados, llega y desordena nuestra filosofía de feria dominguera, sin siquiera habernos dado un beso todavía, sólo con la posibilidad.

Y en cada pausa uno quiere introducir la pregunta de rigor: ¿vos, tu vida, estás de novia, sola? Para qué. Se ruboriza, se inclina hacia atrás llevándose las manos al pelo, se lo recoge y vuelve a clavar la hebilla, y contesta: “Lo que me está pasando ahora no me había pasado nunca. Estoy con muchos”.

Cuántos, pienso. Muchos no es 2. Es más de dos. Pero cuántos más. ¿Alguien puede estar con ocho personas a la vez? Y la pregunta también era ineludible. ¿Cuántos son muchos? “Tres”, dice, y sonríe infantil, sabiendo que hace una travesura, como el nene que se acerca al cordón y mira a la madre para que le grite que no cruce. Pero yo no soy la madre.

-Si pensábas que te iba a pagar el café, olvidate.

Se ríe, sabe que se lo voy a terminar pagando.

-Y cómo haces-pregunto.

-Me las arreglo. Lo peor es que uno es el ex novio de mi prima y ella no sabe nada, igual es una prima lejana...

-Y los otros dos.

-Al primero de los tres ya casi ni lo veo y es el único que sabe más o menos que estoy con otra persona. Al segundo lo conocí en las vacaciones, en Córdoba. Ése no sabe nada. Y el tercero es el novio de mi prima, que tampoco sabe que estoy con los demás.

-Tenés mucho amor para dar.

-Si. ¿Por qué tengo que estar con una sola persona?

-Me parece perfecta tu lectura. ¿Tenés alguna descendencia árabe?

-No, por qué.

-Es casi un harem lo que te rodea.

-Son tres nada más.

Pienso, voy a decirle si le interesa agregar un cuarto, pero no lo digo. Soy orgulloso.

-Ahora entiendo por qué nunca lees nada para la facultad, es todo un trabajo mantener tres relaciones.

-Si que lo es.

-¿Y no te volvés un poco loca? Porque debe haber algo muy divertido en todo eso, pero también en algunos momentos lo imagino estresante.

-Si, me estreso. Más que nada porque no sé mentir, y a veces estoy con uno y me llama el otro, y me pongo muy nerviosa. Pero te juro que nunca fui así, no sé qué me pasó. Son rachas, y esta no la dejé pasar. Es como el clima, hay época buena y sequía.

-¡Claro! Que hermoso es escuchar eso en boca de una mujer.

-Y vos, estás con alguien...

-Después de lo que me contaste es imposible mejorar la apuesta, qué puedo decir...

-Estas solo...contame, quiero saber.

Qué hermoso escuchar eso también, quiere saber. Aunque no sea cierto, ¡qué facilidad que posee para jugar con las emociones de los demás! Lo que le contesto no importa. Nada relevante. Lo mismo de siempre. Estuve con alguien, ahora estoy solo, estuve de novio mucho tiempo y bla ble bli blo blu.

Pide permiso para ir al baño y me da como obsequio la posibilidad de contemplarla. De verla de pié para mí solo, sus hombros, su espalda, su cuello, imaginar sus piernas debajo del pantalón blanco a rayitas negras. Mirar de soslayo su cola (hay que dejar de pensar que es lascivo mirar una cola), o la sensualidad (suspiro) con la que empuja la puerta del bar sin mirar atrás, inteligentemente, intuyendo que la estoy ojeando, o tal vez vigilándome en el reflejo del ventanal. Y una vez fuera de mi vista, me otorga estos minutos de soledad, siempre necesarios, para acomodar la reciente conversación con los deseos personales, para sacar conclusiones apresuradas, o esquematizar de qué manera lo voy a escribir. Pero son varios minutos, que se empiezan a hacer largos. Ya miré los rostros de todos los parroquianos: una señora mayor con las cejas dibujadas fumando un cigarrillo tras otro con pausas de sorbos de café, mientras con una mano hamaca el cochecito de quien debe ser su nieto. Una mesa más atrás, un señor canoso con el diario La Nación, desplegado como un mantel sobre la mesa. Hacia el otro costado una pareja de gente grande también, que por la forma en que hablan no parecen pareja, sino más bien amigos, o amantes, y el mozo con la cabeza reluciente de gel, parado como un granadero en la puerta que ella empujó minutos atrás. En la esquina de enfrente el ir y venir de estudiantes. Y ella no vuelve del baño, entonces pido la cuenta. No quiero invitarla, pero cuando el mozo me dice la cifra, no dudo en abrir la billetera. El vuelto, la moneda de cincuenta queda en la mesa, y recién ahora la veo venir. Le pregunta algo a otro camarero de adentro del local. Es lo poco que puedo ver entre los coches que pasan por el vidrio.

-Cuánto salió –dice apenas aterriza en la mesa.

-Ya está, la próxima invitás vos.

-Me parece bien.

Y cruzamos a la parada de su colectivo, el que siempre tarda en venir y me deja lugar para conocerla. Pero justo hoy va a llegar rápido, aunque rápido para el 134 son 5 minutos.

Yo bajé a la calle y ella se quedó sobre la vereda y de pronto su sonrisa brilló más que de costumbre y ese dientecito torcido, apenitas, que tan lindo le queda, y esos ojazos marronazos y el instante ideal para comerle la bocaza. Pero no, preferí preguntarle qué iba a hacer a la tarde. Me contestó: “salir con el ex de mi prima”. Y en ese momento volvió el orgullo y preferí no ser el cuarto (por ahora) y aparecieron el 1 el 3 y el 4 rojos en el fondo blanco, arriba a la izquierda de la trompa del colectivo, y me saludó entonces, torciendo la boca en dirección contraria a mi cachete para conservar distancia. Y la cita concluyó con la típica imagen, el colectivo arrancando, ella en la cola esperando para meter los ochenta en la maquinita, agachándose un poquito para aparecer en el cuadrado de la ventana y moviendo la mano como la reina de la vendimia. ¡¿Cómo lo logra?! Es linda hasta cuando se está yendo, es linda hasta cuando no está.

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Thursday, July 05, 2007

Amor a lo real

Escribís para salvar lo real,
para quitarle su gravedad entumecida,
para intentar con tu imperceptible aliento
entibiar apenas el Universo.

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