Escupiendo la sopa

Saturday, October 28, 2006

El absurdo, trágica alegría


Cuando era chico me sorprendía la estúpida y estrepitosa risa que Cha Cha Cha me causaba. Había algo en el Absurdo que me descomponía a carcajadas, y aunque no terminaba de entender qué era, por qué me divertía tanto si en el fondo lo que miraba carecía de sentido, me reía aún más, y sacaba como conclusión que mi eufórica alegría ante el Sin Sentido, era causada obviamente por la falta de sentido que ello tenía.
Con el tiempo inevitablemente uno crece (también debido al tiempo hoy dan Cha Cha Cha por canal Volver), y son menos las alegrías y más las penurias. Con el tiempo me fui dando cuenta de que ese Absurdo que tanta gracia me causaba y aún me sigue provocando, no era la cara de la moneda, sino la seca.
La cara era el Absurdo de la Vida, ese que es triste, del que “con el tiempo” uno no puede escapar, o sea, del que no hay salida por lo menos visible. Discerní que tanta risa incompresible devenía del inmenso desamparo que iba increscendo. Era prematura y biológica aquella reacción frente a lo Absurdo y eso debo agradecérselo al gordo Casero y sus camaradas, que al fin y al cabo fueron sabios, a su manera.
Por eso también muchas veces me fascino con las historietas de Liniers, porque el Absurdo de Liniers no sólo causa risa, no es llevado al límite, sino que parte desde ese límite. Parte de la absurdidad misma, y los personajes gravitan en una atmósfera que de tan absurda roza con la sensibilidad más delicada. El Absurdo es la sustancia de la vida, por lo tanto, muchas veces luego de robarte un risa, Liniers te deja nuevamente en el desamparo, en la nada de la nada, y sobreviene lo inevitable, la angustia o la nostalgia, el suspiro del alma.
El ejercicio de Liniers es muy saludable, de los más saludables de todos. Ya que se sabe (quiero intentar ser lo menos nihilista posible) el final es la nada, la muerte, Liniers deja que el mismo Absurdo lo conduzca hacia algún lugar. No lo niega, todo lo contrario, lo utiliza como medio de transporte, pero sin engañarse, sin buscar ninguna certeza.
Comentó en alguna entrevista que parte de una hoja en blanco sin ninguna idea y traza dibujos por dibujar, y es el mismo Sin Sentido de la nada el que lo lleva a algún puerto no menos absurdo. De esta manera hace a la absurdidad visible, la muestra en movimientos claros, siempre intentado apostar a la seca más que a la cara, pero nunca con la seguridad de saber de qué lado caerá la moneda.
Así es como más de una vez se debe haber sorprendido de sus propios chistes, o deben haber salido historietas que más que chistes son una especie de oráculo existencial.
Liniers acepta el Absurdo y se entrega a él. Renuncia a luchar contra la totalidad, se une a la totalidad, y la hace visible en pequeñas historietas. Liniers también es un sabio de nuestra época.
Entonces, con la ayuda de estos dos ejemplos eminentes, creo haber podido dilucidar de dónde es que el Absurdo causa tanta risa alérgica: se trata simplemente de la contracara de nuestro peor pesar, el Sin Sentido de la Vida.


Friday, October 13, 2006

Prescindir del amor
(más allá del resentimiento)



Cómo el amor se convirtió en sensiblería y
ficción, en un canon de bienestar y normalidad.
¿Desde Adán y Eva que está instaurada
la doctrina de la media naranja, la idea
de lo inacabado del sentimiento del alma en soledad?





Como si acaso fuera fácil prescindir del amor. Como si se tratase de una tarea más.
No estoy completamente seguro, pero interpreto que se puede llegar a esas alturas, y que una vez con esa condición incorporada, todo se vuelve más liviano, nuestro cuerpo pierde varios kilos, y ya no nos falta ninguna mitad.
Esa convención instaurada, casi con la misma firmeza que los valores morales cristianos, es una manera de rebajarnos, de sentirnos incompletos, estériles, sin la fuerza necesaria, mancos, rengos, ciegos, pesimistas, depresivos, inhumanos.
¿Por qué? Por qué no podemos sentirnos plenos, llenos, sin la necesidad del amor, sin cargar el deber de ofrendar toda nuestra pasión, toda nuestra habilidad, o gran parte de ella, en mantener un vínculo tan incierto, como inestable. El proteger como los chanchitos del cuento, una casa tras otra, de un soplido tras otro, de un lobo tras otro, nos deteriora.
Por qué no pensamos que tal vez se pierda la mitad de nuestro ser, a veces hasta más, ya que un vínculo de esa especie conlleva el desbalanceamiento de las personalidades, un dominio inevitable y una sumisión indefectible, una especie de domesticación de a pares.
Es aceptar ceder parte de nuestro jardín más escondido, el que ni nosotros terminamos de conocer, para conocer otro jardín, tampoco en su totalidad, ya que no es nuestro. Y con el tiempo, dejar de diferenciar una vegetación de otra, y no saber finalmente que yuyos cortar y cuales no.
Pero prescindir del amor en realidad no es negarlo, no es escaparle, sino el hacerse capaz de no necesitarlo cuando no está, no sentirnos mutilados por no amar, sino concebir eso como lo más natural, el camino hacia nosotros mismos. Y si el amor se llegara a cruzar de esta forma e inevitablemente se acomodara a nuestra diestra, las energías que confluirían en ese mouse, creo yo, serían realmente conmovedoras debido a la conciencia que habría de las dos partes sobre la entrega que están efectuando.
Prescindir del amor, y qué nos haría falta luego, yo creo que nada. Llegar a ese extremo de la soga sería como el alcanzar la cima de una montaña sin sufrir el frío de la altura, y poder ver el horizonte, valles y lagos, admirando el paisaje por su belleza sin la urgencia de la corroboración.
Pocas son las veces que he leído palabras tan hermosas: “Te amo, y te juro que puedo prescindir del amor”. Ese estado debe ser el más alto que pudo haber alcanzado un hombre.


Wednesday, October 11, 2006

El drama de la planchita
Hoy escuchaba a una mujer hablando por celular, y estaba preocupadísima por un supuesto viaje, más que nada por los detalles. Insípidos, como que no sabía si le entraba la planchita del pelo en el bolso, o una duda sobre llevar un vestido u otro, etc. Lo primero que el prejuicio me motivó a pensar fue: ¡Qué problemones tiene esta mujer! Pero eludiendo el prejuicio, al fin y al cabo esas preocupaciones que para mí son superfluas, a esa mujer le producían el mismo malestar psicológico que a mí me generan otras preocupaciones que yo creo más importantes, tan sólo porque son mías. Además, si uno lleva una vida extremadamente superficial, obviamente las preocupaciones rara vez sobrepasen el terreno de las superficialidades.
La idea es que a esa mujer, el no poder meter en su valija su plancha para el pelo tal vez la angustie tanto como a otra gente le abruma no encontrarle sentido a su vida.
Puede ser también, que al no tener esa mina (por las muestras que dio en el instante en que intercepté su conversación) la capacidad intelectual o sensible como para buscarle sentido a su existencia, toda esa angustia que no siente por incapacidad subjetiva (estoy siendo demasiado absoluto en esta indagación), la canalice en el drama de no poder llevar su planchita de pelo para el viaje.

Monday, October 09, 2006

Sin título


Es muy bonita la idea de que no simplemente sobrevivimos, sino que vamos muriendo en vida. Sólo sacamos conclusiones positivas de los acontecimientos que vivimos (“no hay mal que por bien no venga”), pero es lógico que ocurra que en cada contingencia, al sobrepasarla estemos perdiendo una parte que nos pertenece. Del error se aprende, está bien, pero qué hubiese pasado si el error no hubiera acontecido, allí en ese error, se aprendió algo, pero se perdió otra cosa. ¿O no?

Wednesday, October 04, 2006

Domingo


El domingo es triste por tradición, por ley. En la Constitución Nacional debe haber algún artículo que lo ratifique. Es una zona liberada, entre el final del descanso, y el recomienzo de la rutina.
Hace más de cinco años, mucha gente elige este día para dirigirse al supermercado. Algunos por comodidad y disposición de tiempo, otros, la gran mayoría, motivados por las ficticias ofertas que dibujan los carteles.
El domingo gris queda detrás de las compuertas de cristal que se abren automáticamente al detectar nuestra cercanía. Un ruido de cajas registradoras, teclados, changos que se chocan, murmullo familiar se dispara entra las góndolas colmadas de productos de una diversidad excesiva.
Un pequeño laberinto con una única salida, la caja. El tráfico de jaulas con ruedas que entorpece la marcha de los consumidores, las mujeres que van tachando una lista imaginaria de necesidades al colocar alimentos en los carros. Cajeras que conversan con repositores para hacer el rato menos agobiante.
Padres que se pierden en la vendimia de los anaqueles, otros que sin dudarlo, de manera adusta, cazan un cartón y siguen su marcha.
Mujeres que se encuentran luego de años, o sólo una semana y se comparan los hijos, inventan noticias, relojean sus siluetas.
Uno de los más claros ejemplos de la explotación capitalista está impreso, como si fuesen billetes, en los rostros de esos chicos que limpian, barren, quitan y ponen, y visten el uniforme oficial de la empresa.
Luces que empalidecen las facciones, y refractan en los cajones de verduras, o los vidrios fríos de la heladera de las carnes.
Pescados muertos apilados en la nieve, con los ojos inertes y gelatinosos, inmóviles y bobos, que miran y no miran, que dan ganas de tocarlos.
Colas para envíos, otras de menos de 10 productos, otras cerradas.
Alarmas que rara vez funcionan.
Mientras, afuera, se diluye el domingo, entre nostalgias y las extensas sobremesas.
La soledad de los que compran, la soledad de los que pasean, la misma soledad para todos, acumulativa con el encaje de cuerpos, precursora de la servidumbre generalizada.


Juego del tiempo


Al tener resonancia e influir directamente cada segundo, cada minuto, podría arriesgarse que cada minuto que transcurre, es el potencial del venidero.
No se debería hacer 1 + 1, sino 2 al cuadrado. Pero previendo que se comienza a contar de a uno (la matemática nos adiestra de muy chicos), 1 al cuadrado da 1, es siempre uno.
O sea que hay una potencialización constante en la que nunca difiere el resultado, pero en la que la cifra a pesar de no tener modificaciones visibles, se encuentra en continua operación y movimiento.
La eternidad vendría a ser el 0, o el milagro que nos saque del número uno, cifra en la que se maneja el tiempo según esta dudosa teoría.