Escupiendo la sopa

Friday, September 29, 2006

Escribir

Escribir como si fuese lo único que sé hacer. Escribir con la misma necesidad de respirar. Escribir sabiendo que cada palabra, cada gesto, se perderían en la nada. Escribir al fin y al cabo, escribir.
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Años en vano
¿Por qué la gente utiliza como certificado de veracidad la cantidad de años que tiene? Como si eso dijera algo, como si el mero paso del tiempo acrecentara la inteligencia.

Wednesday, September 13, 2006

Chatear no es charlar



El chat hace aún más limitada de lo que es la comunicación. Elimina la voz, la gesticulación, la mirada, el énfasis. Cocifica la conversación.
Cuántas veces chateando hemos dicho, “esto no da para hablarlo por acá”. Emerge otro error además, la confusión entre decir y escribir.
Al mismo tiempo que el chat acerca a las personas, a la vez que puedo hablar con mi amigo que vive en las Islas Canarias, cuando no hay nadie con quien comunicarse, se engendra una soledad nueva, irreal, virtual. Un desamparo ficticio. Hay quienes se pasan horas, tardes enteras, esperando que alguien les salude, o les hable, y rompa con esa soledad virtual.
¿Ya el hombre no tenía suficiente con el desasosiego existencial?
Paralelamente, el chat entretiene, dificulta el desenvolvimiento normal de la vida cotidiana. El chico que está frente al chat deja de hacer lo propio, para comunicarse de manera virtual con otros chicos, que al igual que él, dejan de hacer lo que tienen al alcance no virtual de las manos.
Ejemplo: Mi hermano toca el saxo, pero son muchas más las horas que está sentado frente a la computadora que las que dedica a ejecutar el instrumento. Por lo tanto, es más navegante que músico. Esto él no lo nota, y se cree más saxofonista que navegante de la net. Estamos frente a una sociedad de niños, que antes que nada son chateros y folotoguers, recién luego viene su vocación, por lo tanto se les aleja, se les dificulta. Se introdujo delante de ellos algo que los tiene bien distraídos, que como mínimo los limita, les impide crear, reflexionar, imaginar, y tampoco les brinda la profundidad de experiencias sólidas de conversación y amistad.
Generalmente el debate se realiza entre dos o varias personas y enriquece una idea, construye conocimiento. El chat es lo más alejado al debate, ya que el mismo pibe, al mismo tiempo, está hablando con el mejor amigo sobre el partido de anoche, con la novia sobre la cena de pasado mañana, con la amiga sobre la tarea de la escuela, con un conocido sobre el recital de la semana pasada, etc, etc, etc. Se podría arriesgar a decir, que el chat, dispersa el pensamiento, y degrada la conversación.
Cuando uno mantiene una conversación, está escuchando, o pensando una respuesta, pero dentro del marco del contenido intercomunicativo del momento. Al chatear, cuando uno retoma la conversación, al estar hasta en ese instante pensando, o hablando de otra cosa, la conversación pierde lo que la hace rica, el espacio de transferencia entre un dicho y el otro. Esa transferencia se sustrae, y sólo se dice por decir, por contestar, por chatear. Aquí el medio estandariza el contenido, y esto no es una estupidez. Podemos estar enterándonos de la muerte de un ser querido, al mismo tiempo, que por otro canal, seguimos hablando con otra persona sobre el último compacto de Thom Yorke.
Sin ser extremistas o exagerados, como nos hemos acostumbrado a chequear en la televisión la temperatura en lugar de asomarnos por la ventana, no es loco pensar que pueda ocasionare una futura mutilación, o deterioro de la inercia natural humana; sabido es que cualquier chico, antes de llamar, se fije en Internet para ver si están sus amigos.
Hasta aquí, algunos ejemplos de cómo el chat es mucho más dañino que benéfico. Uno está y no está con el otro. Un adelanto más de la tecnología en comunicación que se convierte en una traba para la vida del hombre.
No es lo mismo leer en un cuarto silencioso, y a solas, que parado en un colectivo lleno. Se puede obviamente conseguir un grado de atención y concentración suficiente para llevar a cabo esta empresa, pero no todos lo logran. Lo mismo está sucediendo con la vida: no es tan fácil poner atención a una cosa determinada cuando hay alrededor mil cosas más funcionando, titilando con la publicidad “al alce de tu mano”.
Paul Virilio habla de la contaminación espacio-temporal. Dentro de ella, la conversación sufre sus consecuencias. Históricamente, como mínimo para gestarse, había necesitado de dos voces; hoy, sólo palabras sin identidad.

Sunday, September 03, 2006

Ahí, donde la dejamos


La guerra de las sombras es inaudita para los corazones sin pálpito.
La escarchada nostalgia embebe botas viejas de sudores perdidos.
La metafísica de las rosas, la macrobiótica de las entrañas que cuelgan como chorizos en la pituca vidriera del carnicero.
Sigo socavando, y lo único que trago es tierra, tierra, roca, y tierra.
Busco situaciones en las cuales poder ser, contingencia apresurada, que se esfuma y se aleja como el humo liviano de un cigarrillo agonizando en el cenicero.
Charlas de bar, que confieren secretos, y me dejan ser, al menos un lapso adusto de tiempo.
Y luego, retomar la marcha y ponerse atento a cualquier situación que se presente, para volver a intentar ser, y así trazar una ontología de a puchitos.
Pero lo que abunda, y cada vez más, es el silencio. Y uno camina tomado del brazo de la soledad más gorda y fea, e intenta manchar de artificio cualquier cordón, para poder ser sin ser. Y la gorda ni siquiera se fija en eso, sólo nos quiere coger rápido e irse, irse sólo por un rato.
“Si esto sigue así como así”…
Somos millones de relumbres, cabrilleamos entre manijas repletas de cerveza, reímos de tristeza y lloramos de risa. Pensamos, ingenuos, que el mundo es lo que nos figuramos, y cambiamos figuritas repetidas, por alguna que no hayamos visto nunca, pero que rápidamente nos aburre.
Así se nos está pasando la vida, amigo. Y lo que encontrábamos en los bares, ya no se esconde ni siquiera en los baños. Y los placeres que nos obsequiaban los sobresaltos, ahora nos asustan.
¿Esto es la madurez, esto es la vejez? ¿Qué mierda “ez”?
No, no somos dóciles, eso es lo que injuriamos. Pero en el fondo ninguno sabe bien hasta donde es que puede llegar. Vencidos, los hay por doquier, debajo de la primer baldosa. Vencedores, los hubo, muy pocos, de nombre y apellido, inconfundibles.
Y extraviados en toda esa maraña, nosotros, peleándole a la corriente, escapándole al reposo, agazapados en cualquier frío recodo alquilado.
Y la música que ya no surte efecto, que es un antibiótico vencido. Y las letras que aburren porque siguen raspando fiero, y las curitas son un collage en la piel.
Es cuestión de saber cuando soltar el borrego, y luego saber digerirlo lentamente.
Mientras, tenemos los bares, que ya no fían, pero calientan las manos. Tenemos estas filas de mesas de madera, que se acongojan con nuestro rostro, y cuchichean por lo bajo, tramando algún plan elocuente.
Vasos rebasados, tablas empapadas de alcohol, y el olor a magia revoloteando como una paloma blanca por sobre nuestras cabezas ralas.
Arrabales que se empeñan fulgurosos, aquelarres primitivos que nos caen cada vez mejor.
Y la charla que persiste, que distrae a la soledad que es la que cuenta siempre en este juego de escondidas. Entonces juguemos, actuemos. Si es irrefutable que la gorda siempre gana, hagámosle pasar un mal rato, y rellenemos los vasos, retomemos la charla, justo allí, donde la dejamos.