Beso final
Las campanas de la iglesia llegaban acompasadas con el viento desde la avenida. Era un domingo calmo, silencioso; anochecía, las nubes se iban oscureciendo, las luces ganaban lugar, y los árboles raquíticos agonizaban inmóviles.
Un avión cruzó el cielo y lo distrajo, le hizo evocar algún viaje. Desde la terraza podía observar pasar a la gente por la vereda sin que ellos lo vieran.
Como si se tratase de fuego, el farol de enfrente lo hipnotizaba, lo retraía. El frío ya lo hacía temblar, estaba desnudo, con el brazo tajeado y con dibujos de sangre seca. Las lágrimas se le caían como objetos de las manos, no podía controlarlas, eran convulsiones, ataques repentinos.
Saltó la medianera y se quedó en cuclillas sobre el tejado, siempre mirando hacia abajo. Temblaba, pero ese frío le daba un oscuro placer, era una urgencia más a resolver. Podía escuchar la televisión encendida, y ver los fogonazos de luz que disparaba contra la pared de su habitación.
Miró el cielo nuevamente pero ya no había ningún avión. Las campanas comenzaban a sonar otra vez y eso le dio más fuerza, fue la señal de largada, fue cuando se dejó llevar y besó las baldosas.
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