La guerra diabolizada por el hombre moderno
En la antigüedad los pueblos se enfrentaban en batallas o guerras, que eran producidas por graves diferencias, simple voluntad de poder o necesidad de conquistar más territorio para expandirse.
Como explica Nietzsche en su Genealogía de la moral, al ser suprimida toda esa violencia cotidiana, comienza a crecer el engendro de la llamada “mala conciencia”. Toda esa necesidad de crueldad y de liberar las pulsiones de poder contra el enemigo, se introduce dentro de la conciencia y así es como deviene la renga “paz social”, la misma que soportamos hoy, y que oprime constantemente la tranquilidad psíquica del hombre.
Es innegable que al ser humano le falta algo, y tal vez uno de los tópicos de ese algo sea el enfrentamiento, esa fricción natural para crecer y crear que los antiguos sí tenían.
Hoy ante avances ya hasta desconocidos en la tecnología, la necesidad de guerra, de lucha, se ve tamizada por el temor del tamaño de un dios. Ya no hay flechas, hay misiles. No hay cañones de pólvora, hay bombas atómicas y biológicas. De la mano de la revolución industrial, esa necesidad natural del humano se convirtió en lo más atroz que pueda existir.
La crueldad ha sido llevada al límite, tanto que la destrucción que pude ser causada está más allá de la imaginación humana, y puede ser ejecutada a distancia, sin necesiad de embarrarse las botas. ¿Para qué quemar vivo a alguien y verlo morir, si puedo volar un pueblo entero apretando este botoncito?
No creo que la guerra sea una experiencia amena, pero según la historia, todo cambio profundo, toda revolución, necesitó de las armas, y el sacrificio de vidas humanas. Lo que sucede es que desde la primera guerra mundial hasta hoy, se ha elevado la guerra hasta los confines de la monstruosidad, al compás de los descubrimientos cientificos y el progreso tecnológico.
A la vez que el hombre invierte cada vez más en armamento, le teme cada vez más a la guerra, ya que no sabe hasta donde puede llegar.
Como explica Nietzsche en su Genealogía de la moral, al ser suprimida toda esa violencia cotidiana, comienza a crecer el engendro de la llamada “mala conciencia”. Toda esa necesidad de crueldad y de liberar las pulsiones de poder contra el enemigo, se introduce dentro de la conciencia y así es como deviene la renga “paz social”, la misma que soportamos hoy, y que oprime constantemente la tranquilidad psíquica del hombre.
Es innegable que al ser humano le falta algo, y tal vez uno de los tópicos de ese algo sea el enfrentamiento, esa fricción natural para crecer y crear que los antiguos sí tenían.
Hoy ante avances ya hasta desconocidos en la tecnología, la necesidad de guerra, de lucha, se ve tamizada por el temor del tamaño de un dios. Ya no hay flechas, hay misiles. No hay cañones de pólvora, hay bombas atómicas y biológicas. De la mano de la revolución industrial, esa necesidad natural del humano se convirtió en lo más atroz que pueda existir.
La crueldad ha sido llevada al límite, tanto que la destrucción que pude ser causada está más allá de la imaginación humana, y puede ser ejecutada a distancia, sin necesiad de embarrarse las botas. ¿Para qué quemar vivo a alguien y verlo morir, si puedo volar un pueblo entero apretando este botoncito?
No creo que la guerra sea una experiencia amena, pero según la historia, todo cambio profundo, toda revolución, necesitó de las armas, y el sacrificio de vidas humanas. Lo que sucede es que desde la primera guerra mundial hasta hoy, se ha elevado la guerra hasta los confines de la monstruosidad, al compás de los descubrimientos cientificos y el progreso tecnológico.
A la vez que el hombre invierte cada vez más en armamento, le teme cada vez más a la guerra, ya que no sabe hasta donde puede llegar.
Esto ocurrió en la guerra fría, una loca carrera armamentista que nadie sabía dónde terminaría, y en la que los mismos compradores de bombas, rezaban no tener que prenderlas, porque probablemente ellos mismos volarían en pedazos.
Cualquier persona algo inteligente percibe que un armamento como el de EEUU podría eliminar al planeta entero si lo desearan, y creo que ellos mismos le tienen temor a sus manos. Pero hoy las manos no son las que luchan cuerpo a cuerpo, sino las que furtivamente aprietan el detonador.
El hombre se encargó de deshumanizar la guerra, cuando no hay nada más natural que el enfrentamiento entre dos seres de la misma especie.
Cualquier persona algo inteligente percibe que un armamento como el de EEUU podría eliminar al planeta entero si lo desearan, y creo que ellos mismos le tienen temor a sus manos. Pero hoy las manos no son las que luchan cuerpo a cuerpo, sino las que furtivamente aprietan el detonador.
El hombre se encargó de deshumanizar la guerra, cuando no hay nada más natural que el enfrentamiento entre dos seres de la misma especie.
Patricio D. Suárez
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