Escupiendo la sopa

Thursday, September 06, 2007

Escribirse
Hace un tiempo que percibo al escribir por computadora, la licuación, el filtrado, de una sensibilidad aguda y persistente, que no se arriesga a ocupar el trasfondo constante del discurso, y emerge desfragmentada para enseguida desaparecer.
La pluma, el trazo en la hoja, es la manifestación más extrema y cercana de la corporeidad del pensamiento. No se trata de fugas del fluido espiritual, no es un alma que asoma, sino los momentos en que cuerpo y alma desbaratan el binomio cultural e imponen ser determinados como la misma cosa.
Escribir a mano hace directamente responsable a un cuerpo de lo que sucede en el orden de lo discursivo. Es regresar a la boca del caudal que arroja las imágenes interiores al mundo, es decir, el espacio en el que se dieron los movimientos provocadores de esas imágenes interiores, ahora codificadas. Todo es pensamiento, todas son imágenes traducidas, percepciones, relaciones, mezclas, pasiones o acciones representadas en palabras. Una poesía es pensamiento. La clave estaría en cuánto contenido intensivo encierra el pensamiento detrás de los signos bajo los cuales se nos ofrece.
Escribir a mano es devolverle la estética afectiva a nuestro decir, la intensidad que le pertenece en cada rasgo de nuestra letra, ya que al escribir a mano no sólo nos reconocemos en lo que decimos, sino en cómo lo decimos. Allí reaparece el color, el tono cercano a lo oral, y con él la obligación de enfrentarnos a nuestra letra, como lo hacemos con nuestra fisionomía todos los días frente al espejo. Nuestra letra, al completar con sus cualidades la forma en la que nuestro pensamiento se expresa, nos completa a nosotros mismos.
Escribir a mano es devolverle al pensamiento una velocidad más acorde a nuestro ser singular, sin la angustiosa y apresurada presencia del palito negro titilando y provocando nuestra ansiedad hambrienta. Un archivo de word es un palito titilando como una invitación abismal, hacia el infinito vacío de páginas virtuales en blanco.
Personalmente, aunque sé que todo lo que diga es personal, estoy convencido de que la abstracción de pensamiento muchas veces es necesaria, pero también sé que sin el regreso, la abstracción de poco sirve por lo lejos que nos queda.
La imaginación si no tiene algunos límites se pierde en sí misma, no puede trabajar. La escritura manual plantea límites, encauza entre renglones el flujo literario, ordena y muestra lo residual en borrones y tachaduras, ilumina constamente los resabios de nuestra escritura, de nuestro decir: es la realidad en lápiz y papel.
La escritura a mano es un alambique de pensamiento, casi todo el tiempo varias cosas quieren ser dichas a la vez, y triunfan por decantación las que ejercen mayor poder sobre nosotros. Trazo una letra y siento la materialidad de mi cuerpo, la cabeza y la mano piensan a la vez: el verbo sale de la carne al signo. Cada letra tiene su matiz propio, cada palabra conserva en inmanencia esas singularidades; nada más alejado de teclear, es decir, de pegar letras siempre iguales, una tras otras, como en una enumeración.
En la época de la velocidad extrema, del todo-todo-el-tiempo-todo-a-la-vez, otorgarle a nuestro ser el acceso -gracias Levrero-, de descubrir y practicar su propio tiempo, su velocidad más primigenia y lúcida posible, es hacer política con nuestro cuerpo, es "biopolítica".
Aprendimos a escribir de chicos, medio como un juego: no perdamos esa lúdica alegría.

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1 Comments:

Blogger Agustín Jerónimo Valle said...

Podríamos buscarle el nombre a lo que llamamos escribir a mano, ¿no?, porque en el teclado también es a mano.

Quien no sabe borrar no sabe escribir, pero acaso en compu sea demassssiado fácil borrar; el word impondría así la superfluidad de toda palabra.

PD: quiero ver los originales de este texto!

1:46 PM  

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