Escupiendo la sopa

Tuesday, March 20, 2007

El subte no viene, y me mirás. Me mirás queriendo sin querer, alguna fuerza maneja tus ojos y los deja en los míos, que reciben esa pequeña descarga y se esconden, después de los tuyos, en busca de cualquier objeto inerte. Te miro, espero, y volvés a mirar, con semblante dolido, toda una estética construida para ese pequeño mirarnos. Y nos miramos porque sabemos que nada va a pasar. Insistís, y ya va llegando el subte, entonces me aproximo a vos, calculo la puerta que vas a elegir, y me mando atrás tuyo. Yo sé que te gustó la jugada, es claro que prestaste atención a mi forzado movimiento. Pero dentro del vagón nos tapa la gente, sólo puedo observar tu pelo, que vuela de a momentos, presa del ventilador y la extática. Entonces volteás, también querés mirar, seguís esperando algo de mí, algo que no te voy a dar. Ves en mi al gato entre todos los ratones, yo en vos veo tantas cosas, tantas ideas se me ocurren, pero nada va a pasar, porque esta tanta gente teje la tela que nos separa. La fatalidad de las ciudades, la soledad difusa, la ambivalencia de las soledades nos hacen más solos todavía. El subte para y mirás, como cuidando que no me baje, como rezando que espere hasta tu estación. Como sé que nunca te lo voy a decir, como sé que nunca más te voy a cruzar, lo pongo acá: me encantás, no te conozco y casi te amo. Otra vez la electricidad, otra vez los ojos se empujan, ahora ganás vos, el que evadió en esta fui yo, pero seguís intentando con el reojo que llego a adivinar con mi reojo. Me acerco a la puerta porque bajo en la próxima, y veo que te apurás para pegar tu brazo izquierdo a mi derecho. Llevás una remera empaquetada en la mano, ahora la veo, también veo tus ojos celestes que no había visto. Pero sostenemos el trato, ni una palabra, todo seña silenciosa, adivinación, telepatía urbana. Y el subte se detiene, bajamos, otra vez somos dos desconocidos que nunca se llamaron la atención, otra vez toda esa gente para nada en el medio de lo que tendría que pasar y no pasa. Voy detrás tuyo, ojalá que salgas a la calle por donde yo voy a salir, pero no, hacés combinación con el C, se ve. Y te vas alejando, muy lindo caminar, y ya no te puedo ver, ya te taparon. Yo no estoy apurado, pero no te voy a seguir, porque sé que no voy a poder decirte nada. Lo pongo acá: me diste muchas ganas de amar.

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8 Comments:

Anonymous Anonymous said...

cuanta energía!...me gusto mucho, ah...no soy la chica del subte :)

9:57 AM  
Anonymous Anonymous said...

y quien sos?

4:23 PM  
Anonymous Anonymous said...

hola pato.
te dejo un escrito de Horacio Quiroga siendo crítico de cine, del cual me acuerdo cuando me pasa una situación parecida.
Es de 1919.

¿A qué se debe el particular encanto que despiertan y ejercen las estrellas del cine? ¿A su hermosura?
Sin duda; son, en su mayoria, muy bellas. Pero debe intervenir otro factor, que vale la pena aclarar.
Alrededor nuestro, a nuestro lado, viven y laten mujeres de inexpresable encanto, que un día cruzaron la calle o pasaron en tranvía, dejándonos en el alma el relámpago de una demasiada breve dicha. Día a día ,hora a hora, el deslumbramiento se reproduce, y reconocemos de buena fe que la Dalton, la Burke, la Harris, no prodrían soportar sin esfuerzo un parangón con la adorable personita que pasó hace un momento a nuestro lado.
¿Por qúe, pues, la profunda ola de amor por las estrellas mudas en que se ahoga o continúa ahogandose el alma másculina de las salas de cine?
Por esto, y he aquí la razón: porque la hermosa chica que toma el tranvía se lleva con ella el tiempo que hubiéramos necesitar para adorarla. Fue nuestra estrella de Belén por un solo segundo, y la adoración, ya a puerta de alma, se extinguió con se breve llama.
Pero la estrella de cine nos entrega sostenidamente su encanto, nos tiende sin tasa de tiempo cuanto en ella es turbador: ojos, boca, frescura, sensibilidad arrobada y arranque pasional. Es nuestra, podemos admirarla, absorberla cuarenta y cinco minutos continuos. Ni un rincón de su alma nos queda oculto. Sabemo de cuánto es capáz y descubrimos los más intimos hilos de su seducción.Vive para nosotros, nos adelanta un entero poema de amor (las cintas de las actrices preferidas son siempre de amor), a la distancia que media entre nuestras pestañas y la extremidad de las de ella. Nada, pues, más natural que salir de la sala con la cabeza cálida, y el corazón, el viejo corazón de los engaños, latiendo lentamente un compás de tardia dicha.
Pero -Dios nos perdone esta constante preocupación- nada distinto acaecería si la hermosísima chica que pasa, que cruza, que baja del tranvía, nos otorgara noche a noche el inefable don de prestarse cuarenta y cinco minutos a nuetra contemplación, vidrio de por medio. Con mucho menos tiempo que el que nos depara el cine podriamos, aquí en Buenos aires, dejar dichosamente quemar nuestra alma, ala por ala, ante los celestes ojos de modestas estrellas partículares.

abrazo che,
rodrigo.

10:55 PM  
Blogger Agustín Jerónimo Valle said...

Men, qué fuerte men. Muy groso.

10:03 PM  
Blogger Patricio Diego Suárez said...

Gracias Noya, el texto me parece genial, Quiroga es genial. Por otra parte me gustaría agregar algo de lo que estoy seguro: el hecho de que en esta bendita ciudad haya tantas mujeres hermosas, potencia todo el tiempo nuestra soledad. Nada más. Saludos. Pato.

3:52 PM  
Anonymous Anonymous said...

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10:14 PM  
Anonymous Anonymous said...

me identifico mucho con lo que escribiste.
siempre dan ganas de amar, más en esos encuentros que no parecen ser productos del azar..
¿y entonces que serán? ¿Quién sabrá la respuesta? Dudo que alguien la tenga.
Y será cuestión de seguir viajando hacia quién sabe dónde en busca de ese alguien para contemplar.
y siendo mujer te confieso que me hubiera gustado cruzarte
sa*

8:23 PM  
Blogger Patricio Diego Suárez said...

Gracias Sa.
Siendo hombre me gustaría saber quién sos.

Saludos.

Pato.

9:31 AM  

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